A veces es refugio.
Otras, exilio.
Con sus luces y sombras, con sus imperativos de bienestar que no dan respiro, el mundo que nos toca en suerte vivir hace de la soledad un padecimiento. La viste con las ropas de un dolor indeseado del que es necesario huir para quitarle, de esa manera, su dimensión más importante: la condición de tránsito tan inevitable como necesario. Sin embargo, en el simulacro de compañía permanente, hay veces en las que se hace un silencio que nos invita a desoír ese rumor para que escuchemos una voz que nos habla desde un lugar distinto.